Mi-edo

Escucho rasgarse
la membrana que detiene
tu huída,
la que te desentiende
de la puta indecisión,
esa pendeja que carcome
las entrañas
de su huésped y no lo deja
levantarse del asiento
y girar el picaporte;
de nuevo me gritas
¡Lo siento!
y corres,
dejándome esta herida.

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